La bestia
Así como se corroe el hierro por acción de los elementos y el tiempo, así mismo el rencor le corroía las entrañas. Días enteros de pensamientos iracundos se enlazaban con noches de insomnios desesperantes, cargados de una ansiedad persistente.
Una bestia se agitaba molesta en
su interior, esperando la excusa perfecta, el momento exacto, no para escapar
sino para atacar a su presa, que se pavoneaba frente a ella a diario, ebria de
soberbia y gloria, rebosante de halagos para sí misma e insultos para los demás
mortales, ignorante de su sentencia.
Y el anhelado momento llegó una
mañana como cualquier otra, en que la presa dejó de escupir veneno para
ahogarse en su propia sangre. La bestia, que alimentó por meses sin saberlo, le
cercenó la aorta con su mismo abrecartas.
No hubo discursos, ni palabras
finales, solo el sonido ahogado de la víctima frente a su victimaria, quien
sonreía en un gesto casi maníaco y malévolo.
Al fin era libre.
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